Así, caminar despacio, como si acaso el tiempo nos alcanzara de sobra, como si el mañana fuera muy después. O el después esperara a mañana. Así, caminar letárgico, a nuestro antro de rituales de solsticio, impregnarse de blanco, mirarse al espejo y culpar a los tubos, despegar un ojo y subrayarse de negro.
Eso era todo: amaneceres que valían la pena.
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