"The mind-forged manacles I hear"
London (W. Blake)

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jueves, 7 de abril de 2011

Confesiones I

No es que quiera ser infeliz. Tal vez sea la costumbre o puede ser netamente hormonal, lo sé. Pero, a veces, añoro los inviernos inyectados en el alma, los que no se olvidan, y les agrego como tragedia el que se hayan ido para siempre, y sobre eso el no poder escribirlos al pie de la imagen, para que se vean como son, para que se lean como se sienten.
Por primera vez en un buen tiempo, soy feliz. Por primera vez, desde hace tiempo, escribo de mí, desde mí y sin adornos estilográficos.
A veces uno tiende a transformar estas cosas en bitácoras de amor, y yo, no cediendo, a veces hasta evito referirme, por cuestiones del pasado, como para evitar caer en los vicios que dejé... Pero y qué!, qué más valdría la pena que hablar de esto, de amarse, de nostalgias y recuerdos, y proyectos.
Se me ha vuelto una mala costumbre escribir pensando en que me leerán -como si tanta fama-, y he perdido varios sentimientos por priviliegiar la forma.
Hasta dejé de escribir hacia segunas personas, como si no tuviera tanto que decir-te-...
¿Sabes? por ejemplo: me quedé enamorada de un periodo en que te escurrías en mi mente, y yo trataba de empujarte pero siempre me resistías con los brazos. Hay unos caminos a casa que aún huelen a mi espacio irritado por tu presencia, a estómagos conmocionados, a manos temblorosas y sonrisas aparentes. Nada más, tú presencia me excitaba, y se ornamentaba con calles mojadas. Mi abrigo negro nunca va a dejar de ser aquel del invierno 2010, de todos los viernes, a las 7, en el taller...
Sé que nos vamos llenando de tiempos nuevos, y que después voy a recordar y registrar lo de hoy. Sé que soy inconformista y siempre estoy deseando cosas de antes, cosas de antes... Pero nunca había tenido un presente tan afín, tan...
Azulado

1 comentario:

Yei.- dijo...

Me siento intrusa al escribir esto, pero...pero no pude dejar de acordarme del amor intenso, de las malditas palabras y del cariñoso apego. No pude dejar de recordar a Keats, o a Bécquer...que miedo experimentar lo mismo, Rose, pero que gratificante, así como lo dices tu, que sea tan inconmensurable que es imposible transmitirlo en un escrito -y porque es público, claro-.