Yo estaba sentada mirando la Luna porque la magia se me estaba acabando. Saqué el caldero y lo llené de luz blanca y azul. Aproveché de reanudar la lista de sortilegios que estaba escribiendo en mi libro de las sombras, en las páginas amarillentas donde se escurren hechizos y poemas de tinta negra y antigua. Llené las botellas de ilusiones, sentada en el pasto, y las tapé rápido para que no se me escapara el sentimiento. Coseché 2 calabazas fuera de época, por si vuelvo a perder la noción del tiempo, en esos trances meditativos, y llega Samhain antes que Beltane.
La Luna estaba tan clara, tan serena y tan sonriente en su redonda cara luminosa, que me dieron ganas de tomarla y la abrazé. Ni con magia me alcanzan los brazos para alcanzar su lecho plateado; ella estaba acostada al lado de una estrella azul que me hacía burla porque estaba yo tan abajo. Las ramas de árbol florecido hacía poco - estaba tan contento él por sus flores rosadas y blancas, ya no soportaba el invierno, me decía- le respondía a la estrella y la sacaba de mi vista. Las estrellas son tan burlescas aveces, pero tan bellas que da lo mismo; eternas en su resplandor semilunar.
El aire estaba frío y placentero, asi que prendí los motores de mi escoba y la monté sin pensarlo más de una vez. Despegué ligera, y mi escoba arrastraba detrás de nosotras una estela que centelleaba roja, azul y verde, amarilla y otros colores que no sé cómo se llaman aún, sólo el Sol podría decirlo, ya que tiene a todos y cada uno de ellos en su corona dorada.
Subí, subí, y saludé a las estrellas sin resentimiento ni molestia por su risa impertinente. La Luna estaba tranquila, como siempre. Me vió y soltó una cacajada. No le pregunté de qué se reía, asumo que le hace gracia mi sombrero punteagudo y mi intento de sabiduría, que no se compara en nada con la suya.
Al fin me senté con ella en el cielo azul. Ya no corría tanto viento asi que me saqué la capa y la dejé en una nube oscura, con mi vara de sauce (que llevé sin querer al cielo enredada en mi pelo enmarañado).
La Luna llena me dijo ahí tantas cosas, que anoté enseguida para mis rituales, en una hoja plateada con tinta azul que le pedí a un cometa que pasaba. Me explicó por qué aveces regalaba algo de su poderosa magia alos mortales. Me contó que aveces se olvidaba de contar los días del ciclo de las niñas, y le llovían reclamos desde la Tierra, sin respeto por la gravedad, por los atrasos. No se olvidaba eso si, de recordarle las mareas a la mar, olvidadisa, que es su amiga, que aveces hace de espejo y la Luna se baña desde el cielo en su reflejo. Aveces corre por todas partes ecerrando en luz a los enamorados que quieren verla. Aveces la quieren usar para magias oscuras y ella se roba esos males y se los devuelves tres veces, no, no le gustan los hechiceros mal intencionados. Y después se pasea por las noches, de círculo en círculo haciendo acto de presencia cuando la llaman junto al Sol.
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