Es simple llorar derrotas, y no haber arriesgado un pelo por la victoria- pensó- En realidad su cuerpo gélido no ha de parecer ahora tan distinto de lo que alguna vez fue, cuando dejó las apariencias entre las sábanas… Sol de invierno, el día era una metáfora perfecta: alumbra pero no calienta. ¿Acaso es peor recordar la ilusión de una luz ficticia, o sufrir la oscuridad en un fingido anhelo verdadero? Las velas fueron apagadas antes de consumirse; eso hace de sus cuerpos indignos: cera humillada, no alcanzaron a rozar el amanecer.
Pero la promesa es inquebrantable; ni el soliloquio decepcionado tras su partida, ni la herida más ardorosa pudieron contra la memoria. Ni siquiera el olvido del mismo cadáver…
El clavel rojo fue depositado sobre su tumba, tal como se figuró tantas veces en su imaginación masoquista, tal como lo estipuló el contrato implícito en su adolescencia. Atrapado el tallo entre sus dedos, asió el largo palo verde con la fuerza de unas lágrimas que no hicieron el menor ademán de salir, ni aún de ser formuladas en alguna parte del presente. Sin embargo, hubo compresión: las cintas entintadas del pecho se anudaron hasta contraerse en un puño gris y azul: recordar que una vez se ha amado…
Un clavel, rojo y solitario.
1 comentario:
Que preciso.
Una corección: las lágrimas siempre han estado ahí...
p.s: juntación?
Publicar un comentario