"The mind-forged manacles I hear"
London (W. Blake)

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jueves, 31 de marzo de 2011

Ballet


Yo siempre al revés:

cuando el mundo se distorciona lo veo todo claro (quizás mis problemas sean a la vista...o al equilibrio)
cuando la catarsis se vuelve sobre la gente, soy una ahijada de la paz etérea, inmune a la tragedia (aún si fuera vástago de mis plumas)
cuando ellos pisan mierdas, yo giro elegante y, vuelo.

Primera vez que estoy arriba, con un pie girando -abajo- sobre el eje de una pista americana, de un diseño de París, de una música romana, ¡cuán bailarina abierta en flor!




La vida se echa las ganas: tira dados sobre las cajas de bolitas que intentamos encerrar, como si fuera al azar, como si Alea fuese a jugar. A veces todo va bien, y entonces, viene un traspié. Y la probabilidad, epistemológicamente hablando, sigue siendo la misma. Quizás mañana abra los ojos y este en España, quizás desaparezca, quizás sea mariposas...

miércoles, 23 de marzo de 2011

Regina (confesionario)


Tu voz me recuerda los reflejos del otoño en mis párpados, los espejos de los bosques en las calles, en pozas de aguas marchitas, amarillas y graciosas de caída. Y los pies apresurados, como prófugos del tiempo, para verle.
Recuerdo los abrigos, el roce grueso de sus faldas y el espanto de vagones que van llenos. El frío en los dedos, el anhelo de unas manos.
Sobre todo me traes flores; flores a la memoria, como ofrenda de domingo. Flores todos los viernes, en las noches para adornarme los retornos. El recorrido delicioso de despedida, perfumado de un último abrazo; la promesa de una próxima. Flores de vestidos, no de jardines. Flores amarillas, hojas que se caen: revueltas en las aceras empapeladas.
Cada hebra de tus labios que se extiende hasta mi alma, levanta mis juegos de ilusiones, de niña, que guardaba en una caja, que escondía en las distancias, en las confesiones que escogí para desdecir a los cuatro vientos.
Mujer, me reviertes el camino hasta los cuadros de Monet palidecidos de mi invierno.
Siento que la curva de mi cuello se pronuncia, que mis pasos se resisten a pisar las grietas de la calle, que la lluvia registra mi cara, y que el té huele fuerte -como saben las almenas de su cuerpo -, y con azúcar.
Sucede que cuando invades con tu eco mi pensamiento, me transporto a esos lugares que dejé, de tan simples, grabados y me llevé de contrabando en bolsos para transportar humo y niebla.
Pasto en las piernas, roces de piel.
Todo eso me llevo con tus lamentos y el marfil bajo tus dedos.
Recuerdos.
Recuerdos en tono pastel
y sepia



miércoles, 16 de marzo de 2011

La Muerte del Cepillo de Dientes

Los cuerpos sin exhumar de las sobras no son lo más digno para un servidor. No para adornarlo. No para velar su cuerpo inerte. No para acogerlo en su muerte.
Si los días más íntimos no merecen mejor sepultura, no me atrevo -no me quiero- imaginar que queda para una, que es algo así como una empleadora abusiva de sus cerdas irregulares, revueltas por el tiempo y el esfuerzo. No me dan las fuerzas para imaginar cómo habría sido si el entierro fuera al revés, si mi carne putrefacta en relación directa con el tiempo hubiese caído entre sus hebras de dureza media...
Por mi parte fui indolente. Dudé. Viví un instante brevísimo de vacilación a punta de costumbre. Diría que pensé en que tantas noches de depuración, tantas mañanas de aliento, habrían de merecer bien un final más digno. Digno. Debiera de haber pensado en que las cosas del pasado no se pueden desechar así, sin más, sin despedida, sin por lo menos un intento decoroso y protocolar de hacer algo así como un réquiem, pero menos popular. Que si acaso hubo algo sobre qué oscilar las dudas y los miedos, debió ser pasar la mano por sobre lo que fue, y cambiar. Que sentí miedo, que traté de evitar, que aferré cada una de mis uñas alrededor de su cuerpo fino y engomado, que grabé los colores de su ser extenso en mi retina para siempre, antes de seguir y olvidar. Que tuve algo de miedo.
Reconozco que lo tuve, que intenté estirar los tiempos, las eras, todas las relaciones, las sacudidas, hasta que el cuerpo laxo no dio abastos para tanta mugre.
Pero al final fui indolente (no niego que sentí, y todavía siento, bastante pena,; el ardor que deja el despegar del brazo una huincha adhesiva, pero fui indolente). Simplemente extendí los dedos, las palmas, y cayó:
sobre la tumba de lo que fue, y ya es
BASURA