"The mind-forged manacles I hear"
London (W. Blake)

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miércoles, 23 de marzo de 2011

Regina (confesionario)


Tu voz me recuerda los reflejos del otoño en mis párpados, los espejos de los bosques en las calles, en pozas de aguas marchitas, amarillas y graciosas de caída. Y los pies apresurados, como prófugos del tiempo, para verle.
Recuerdo los abrigos, el roce grueso de sus faldas y el espanto de vagones que van llenos. El frío en los dedos, el anhelo de unas manos.
Sobre todo me traes flores; flores a la memoria, como ofrenda de domingo. Flores todos los viernes, en las noches para adornarme los retornos. El recorrido delicioso de despedida, perfumado de un último abrazo; la promesa de una próxima. Flores de vestidos, no de jardines. Flores amarillas, hojas que se caen: revueltas en las aceras empapeladas.
Cada hebra de tus labios que se extiende hasta mi alma, levanta mis juegos de ilusiones, de niña, que guardaba en una caja, que escondía en las distancias, en las confesiones que escogí para desdecir a los cuatro vientos.
Mujer, me reviertes el camino hasta los cuadros de Monet palidecidos de mi invierno.
Siento que la curva de mi cuello se pronuncia, que mis pasos se resisten a pisar las grietas de la calle, que la lluvia registra mi cara, y que el té huele fuerte -como saben las almenas de su cuerpo -, y con azúcar.
Sucede que cuando invades con tu eco mi pensamiento, me transporto a esos lugares que dejé, de tan simples, grabados y me llevé de contrabando en bolsos para transportar humo y niebla.
Pasto en las piernas, roces de piel.
Todo eso me llevo con tus lamentos y el marfil bajo tus dedos.
Recuerdos.
Recuerdos en tono pastel
y sepia



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