Los cuerpos sin exhumar de las sobras no son lo más digno para un servidor. No para adornarlo. No para velar su cuerpo inerte. No para acogerlo en su muerte.
Si los días más íntimos no merecen mejor sepultura, no me atrevo -no me quiero- imaginar que queda para una, que es algo así como una empleadora abusiva de sus cerdas irregulares, revueltas por el tiempo y el esfuerzo. No me dan las fuerzas para imaginar cómo habría sido si el entierro fuera al revés, si mi carne putrefacta en relación directa con el tiempo hubiese caído entre sus hebras de dureza media...
Por mi parte fui indolente. Dudé. Viví un instante brevísimo de vacilación a punta de costumbre. Diría que pensé en que tantas noches de depuración, tantas mañanas de aliento, habrían de merecer bien un final más digno. Digno. Debiera de haber pensado en que las cosas del pasado no se pueden desechar así, sin más, sin despedida, sin por lo menos un intento decoroso y protocolar de hacer algo así como un réquiem, pero menos popular. Que si acaso hubo algo sobre qué oscilar las dudas y los miedos, debió ser pasar la mano por sobre lo que fue, y cambiar. Que sentí miedo, que traté de evitar, que aferré cada una de mis uñas alrededor de su cuerpo fino y engomado, que grabé los colores de su ser extenso en mi retina para siempre, antes de seguir y olvidar. Que tuve algo de miedo.
Reconozco que lo tuve, que intenté estirar los tiempos, las eras, todas las relaciones, las sacudidas, hasta que el cuerpo laxo no dio abastos para tanta mugre.
Pero al final fui indolente (no niego que sentí, y todavía siento, bastante pena,; el ardor que deja el despegar del brazo una huincha adhesiva, pero fui indolente). Simplemente extendí los dedos, las palmas, y cayó:
sobre la tumba de lo que fue, y ya es
BASURA
Si los días más íntimos no merecen mejor sepultura, no me atrevo -no me quiero- imaginar que queda para una, que es algo así como una empleadora abusiva de sus cerdas irregulares, revueltas por el tiempo y el esfuerzo. No me dan las fuerzas para imaginar cómo habría sido si el entierro fuera al revés, si mi carne putrefacta en relación directa con el tiempo hubiese caído entre sus hebras de dureza media...
Por mi parte fui indolente. Dudé. Viví un instante brevísimo de vacilación a punta de costumbre. Diría que pensé en que tantas noches de depuración, tantas mañanas de aliento, habrían de merecer bien un final más digno. Digno. Debiera de haber pensado en que las cosas del pasado no se pueden desechar así, sin más, sin despedida, sin por lo menos un intento decoroso y protocolar de hacer algo así como un réquiem, pero menos popular. Que si acaso hubo algo sobre qué oscilar las dudas y los miedos, debió ser pasar la mano por sobre lo que fue, y cambiar. Que sentí miedo, que traté de evitar, que aferré cada una de mis uñas alrededor de su cuerpo fino y engomado, que grabé los colores de su ser extenso en mi retina para siempre, antes de seguir y olvidar. Que tuve algo de miedo.
Reconozco que lo tuve, que intenté estirar los tiempos, las eras, todas las relaciones, las sacudidas, hasta que el cuerpo laxo no dio abastos para tanta mugre.
Pero al final fui indolente (no niego que sentí, y todavía siento, bastante pena,; el ardor que deja el despegar del brazo una huincha adhesiva, pero fui indolente). Simplemente extendí los dedos, las palmas, y cayó:
sobre la tumba de lo que fue, y ya es
BASURA
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