Hablándole al aire,
susurrándole a un suspiro...
Se me pasa la noche en una paradoja
de desconsuelo y esperanza.
Cada vez que cierro los ojos
aparece el laberinto antiguo
de una vida perdida,
y el sueño se hace imposible
cuando la tensión de no hallarla
me roza la piel en mi
inconsciencia.
Es una tortura la vigilia,
que cierra la entrada a las tierras encantadas.
Y es peor cuando el sueño
no borra las
desiluciones,
por el contrario, las acentúa
y no abre la puerta hacia la calma,
donde los diálogos imaginarios
se desvanecen en caricias que parecen verdaderas.
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