No cambio nada.
Siempre me acuesto en lechos de nube, de aire, y caigo sin dar nunca con el piso. Nunca me doy tan duro como para no volver a intentarlo. Una vez pareció que había encontrado pasto seco debajo de mi cuerpo, y pensé que estaba en la tierra. Desde entonces temo más de mis caídas, y miro más donde piso, a dónde giro, pero, sin-querer querer tanto, retorno.
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